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"Vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida"
Michel Houellebecq




domingo, 31 de marzo de 2019

Vestidas para un baile en la nieve. Monika Zgustova


Duro. Muy duro. El testimonio recogido por Monika Zgustova en este libro es de los que cuesta olvidar. No recordaréis a todas y cada una de las nueve mujeres entrevistadas, ni sus ocupaciones antes ni después del gulag, ni recordaréis los hechos históricos que dieron lugar a tal barbarie más que de una forma general, y eso que habréis consultado a menudo sobre ellos a medida que ibais leyendo. Difícilmente leeréis el libro de un tirón; apetecer, apetece, pero la sensación de ahogo exige un respiro de cuando en cuando. Os enfurecerá, seguro. Pasaréis por todos los estados de ánimo posibles ante la sinrazón y la estupidez humana.



Pero os quedaréis con una sensación de fuerza que os sorprenderá. Os veréis confiando en los seres humanos. Y la alegría. A pesar de la dureza, del dolor, de la injusticia, de la sinrazón, de la estupidez, os quedaréis con la sensación de alegría que transmiten estas mujeres. A pesar de no entender que volverían a vivir la experiencia del gulag, como dice alguna de ellas: ¿quién querría volver a pasar por años de torturas, hambre, trabajos forzados, violaciones? 
Me cuesta trabajo encontrar palabras para hablar de tanta crueldad, de la deshumanización a la que son sometidas. Ayuda un poco la entrevista con la autora publicada en El cultural, en la que explica que el libro se escribió con los testimonios de estas mujeres, sin recurrir a otra documentación, lo que hace que sea un libro muy vivo. Desde el Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn, que descubrió a Occidente la barbarie de los campos de tortura del estalinismo, se fue conociendo la magnitud del castigo en campos de trabajo, pero se conocían pocos testimonios de las presas. 
Alguna de ellas explica que la salvó la belleza; aprendían de memoria poemas conocidos o escribían otros nuevos y se los transmitían al resto de las personas del campo como forma de escapar al embrutecimiento. Hacían representaciones teatrales, interpretaban música, preferían renunciar a tiempo de sueño para satisfacer la necesidad de belleza que todo ser humano tiene.



Cualquiera de los nueve testimonios es estremecedor pero hay dos que me resultaron más cercanos, por diferentes razones. El primero, el de Lina Prokofiev, de origen español y casada con Serguei Prokofiev, el músico, el de Pedro y el lobo, sí. Fue condenada acusada de espionaje, aunque parece que lo que se pretendía era tener controlado a su marido; él mismo dice que le debe la vida, pero, por lo leído  en el libro mi estimación por él como persona, que no como músico, se resiente un poco. El otro fue el de Irina Emelianova, hija de Olga Ivinskaya, la mujer que inspiró a Boris Pasternak el personaje de Lara de su novela Doctor Zhivago y la que se ocupó de defender el legado de Pasternak y de negociar sus derechos de autor y la publicación de sus obras, prohibidas en la Unión Soviética,  en Occidente; las dos pasaron por el gulag.
Quedaron en libertad a la muerte de Stalin, pero algunas volvieron a ser detenidas. A otras la rehabilitación les llegó tarde. Y tarde llegó la incorporación a la "vida normal": ellas, como los varones, tendieron a emparejarse con supervivientes de los campos, porque, como dice Irina Emelianova al final del libro, "lo más importante en la vida es sentir que te comprenden..."



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