jueves, 26 de diciembre de 2019

Entender a la madre



Esta es la foto que más me gusta de Ismail Kadaré. Pura tontería, qué importancia tendrá el aspecto de un escritor. Pero en esta fotografía, que aparece en la solapa del libro, me recuerda aquellas fotos de los actores de Hollywood allá en los cincuenta, con esas poses de mirar a las estrellas para codearse con ellas, las mujeres, y de inclinarse condescendientes hacia atrás o a los lados, “no te preocupes, muñeca, estoy aquí”, los actores. Pura tontería.

Ni Kadaré es un galán de película ni la muñeca es su compañera de reparto y glamur, ni yo tengo tanta familiaridad con él como para preferir una foto sobre otras. Pero después de leer esta novela suya, La muñeca, ya me veo entrando en el tuteo y jaleándolo cuando por fin le den el Nobel, ese premio menor. El que sí tiene desde 2009 es el Príncipe de Asturias de las Letras y fue su discurso lo que me hizo ponerlo en mi lista de deseos lectores, esa lista larguísima y elástica que nunca se cumple porque las liebres saltan en forma de libro a cada paso sin respetar ningún deseo anterior.
Porque ya había intentado leer El Palacio de los sueños, de 1981, su obra insignia, pero no, no me enganchó, se ve que soy de obra menor y no de obras maestras.
Digamos que Kadaré es albanés, de Albania, que existe de verdad, como Teruel, solo que en los Balcanes. Y que escribe en albanés. Y que su traductora, María Roces González, “escribe” la novela en un español tan ajustado que, al leerla, parece que Kadaré la hubiera escrito directamente en la lengua de los lectores. En una entrevista en El Cultural habla de su lengua materna, lengua de escritura, y de literatura, de don Quijote, y de Albania y su dictadura, y de cómo la literatura no supone ningún peligro para la vida, y de la guerra de los Balcanes. Y esta pobre lectora deseando que la entrevista no termine.   
Igualito que al leer La muñeca. Ciento veinte páginas que se hacen poco y se leen con fruición, de vez en cuando hay que ver qué palabritas me salen. Será por el exotismo de esas viejas familias albanesas, por las costumbres, por el tipo de relaciones sociales. Será por la relación del autor con su madre y esa especie de ajuste de cuentas. Ah, que no había dicho que La muñeca es su madre. La Wikipedia, ese oráculo, dice que “describe el retrato de su difunta madre, una persona a la que Kadaré nunca entendió del todo”. Y yo me pregunto si la Wikipedia y cualquiera de nosotros entendemos a nuestra madre durante la adolescencia y la juventud o si tenemos que ver crecer a nuestros hijos para empezar a entender. El propio Kadaré da la respuesta casi al final: “querría, en estos instantes, asegurarte al menos y de una vez por todas que la incomprensión habida entre nosotros no solo no supuso para mí ningún impedimento, sino que fue quizá más necesaria que cualquier comprensión”. Duro, a veces, el hijo; siempre, tierno.

La leí en cuanto se publicó. La volví a leer en un ataque de melancolía, la Navidad es muy traidora. ¿Te la paso, Araceli?

Ismail Kadaré. La muñeca. Alianza literaria, 2016
En la lista de deseos también tengo Tres cantos fúnebres por Kosovo

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