O esculturas o móviles de Calder. A veces voy a un museo o a
una exposición. A veces espero tanto para ir, porque hay tiempo, que clausuran
la exposición y yo con estos pelos.
Y así, casi en tiempo
de descuento, me acerqué a ver la de Calder, Calder Stories,
en el Centro Botín.
Con Calder pasa como con Miró. Siempre hay algún sobrao con
hijo pequeño talentoso que ya en preescolar hacía lo mismito que el bueno de
Miró y sin darse importancia, y encima Miró haciéndose de oro. Y ese Calder,
tres cuartos de lo mismo. Cuatro alambres y unas chapas y, hala, a colgar
móviles por ahí. Grandes, eso sí, que para avisar de la entrada de clientes en
una farmacia van a ser un poco incómodos; mejor que los pongan en los museos.
También existe la variante yo es que el arte moderno no. Y luego estamos
los espíritus simples que, aun teniendo preferencias, nos vale con que una obra
nos emocione, que mueva alguna fibra del corazoncito que nos lleva por la vida.
Y eso pasa con la obra de Calder.
No sé qué significan las piezas de color
negro envolviendo la roja, ni por qué ahora hay una amarilla como un sol que
se escapara de entre sus compañeras rojas, negras, blancas, pero sé que no
puedo dejar de mirarlas, que los ojos se me cuelgan de su ligereza. No conocía
las esculturas en bronce, no sé qué complejas razones artísticas ni creadoras
hay detrás, pero los ojos se me pegaban a sus formas y a su equilibrio
aparentemente inestable. Y las manos: no sé por qué no se puede tocar; hay que
hacer un esfuerzo cívico para que las manos no sigan a los ojos y se posen con
suavidad en el bronce. Y la luz. La luz que atraviesa de norte a sur el espacio
y que te arrastra hasta la cristalera sobre la bahía; la luz que te permite ver
de diferente modo cada obra según desde qué punto la mires.
Es una experiencia estética, claro, pero también una
experiencia emotiva. No era un buen día. De camino, una noticia triste me había
encogido el ánimo. Las esculturas no pueden cambiar la vida, no devuelven a
nadie entre nosotros. Pero el arte, la belleza, consuela con su búsqueda de
trascendencia. O con eso me quiero engañar para que la vida sea más llevadera.
Hasta el 3 de noviembre, en el Centro Botín. Merece la pena.
Y lo siento mucho, caballero, pero su talentoso niño no
podría, ni siquiera con alicates de amazon o leroymerlin.
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