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"Vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida"
Michel Houellebecq




jueves, 10 de octubre de 2019

Las mejores intenciones


In illo tempore dijo Jesús a sus discípulos… Vaya, ya me equivoqué de batallita. En aquel tiempo eran dos, entre otras, las actividades que daban carta de modernidad y la introducían a una en la “crema de la inteleztualidá”, como había anticipado el chotis. Una, correr delante de los grises, otra, correr al cine de Arte y Ensayo, al bienamado Palladium.
El cine fue inaugurado el 28 de marzo de 1968. No consta que los estudiantes que buscaban el mar bajo los adoquines de París en el mayo francés hubieran esponjado sus mentes en el Palladium, pero nada es imposible cuando se busca alcanzar el cielo.
El nombre del cine tiene sabor clásico, a Pallas Atenea, hija de Zeus y diosa, entre otros negociados, de la justicia, la sabiduría, la cultura y las artes. Sí, la titular del Partenón.
Y el porqué del cine y su actividad lo cuenta mucho mejor que yo José Ignacio Gracia Noriega. Aquí queda para curiosos: https://www.lne.es/asturias/2008/12/08/palladium-pantalla-cambio/704672.html

El cine de arte y ensayo podía ser bueno, malo y regular, como el cine sin etiquetas, pero si no se quería pasar por ignorante había que tildar de obras maestras incluso a todos los bodrios que pasaran por allí. Pero es justo decir que fue un gran cine y que permitió a la vieja Vetusta despertarse de su eterna, heroica y antigua siesta.
Polanski, primer inquilino del Palladium, Buñuel, toda la nouvelle vague, polacos, japoneses, griegos, brasileños, búlgaros, suecos…, la crème de la crème se pavoneaba en la cartelera. No exagero nada. Algún ejemplo: las Cabezas cortadas de Glauber Rocha y la preciosa Cuerno de cabra de Metodi Andonov; Buñuel y El ángel exterminador o Belle de jour; Costa Gavras y Z; Truffaut y Jules et Jim; y no me olvido de Dersu Uzala, que vino de la mano de Kurosawa. Creo que fue en el Palladium donde me reí a rabiar con La kermesse heroica (qué golpe para mi entusiasmo cuando la puse en clase: "un rollo y en blanco y negro, profe") La lista podría ser enorme y enorme la cantidad de películas que resistieron el paso del tiempo y escaparon de la etiqueta de bodrios. Suéltame, Nostalgia, déjame seguir, no seas pesada.
En esa lista reinaba por derecho propio el sueco. Sí, era la época de las suecas en las playas y en el cine español del momento, pero en el Palladium el que se llevaba la palma era el sueco, Bergman, don Ingmar.
Guionista y director, era el gran escudriñador del alma humana, siempre hurgando con lupa y bisturí.
Lo descubrí con Fresas salvajes y casi me duermo con El huevo de la serpiente y El séptimo sello. Pero los encuadres, los primeros planos y los silencios me gustaban mucho. Parece mentira la cantidad de cosas que se pueden contar con los silencios.
Pero yo he venido aquí a hablar de un libro y ya se me está yendo el santo al cielo. O no. El libro, Las mejores intenciones. El autor, Bergman, don Ingmar. Primera edición en español, de 1992, solo un año después de su publicación. Regalo de una amiga que se pasea por las librerías de viejo con la misma soltura que por las de postín.


Hay un prefacio del autor en el que justifica tanto la escritura como la edición del libro:
“Puesto que el cine y la imagen son mi forma especial de expresarme, empecé a dibujar de un modo bastante vago un modelo de acción basado en testimonios, documentos y, como ya he dicho, fotografías.”
“No pretendo afirmar que siempre he sido respetuoso con la verdad en mi narración. He exagerado, añadido, quitado y cambiado el orden, pero, como suele ocurrir en este tipo de juegos, el juego ha resultado seguramente más claro que la realidad.”
“Este libro no se ha adaptado ni en una sola coma a la película. Se ha mantenido como fue escrito: las palabras se yerguen incontestables y ojalá vivan su propia vida, como una representación propia en la mente del lector”.
Acabáramos. Libro y película. Pero no como esos libros que se producen retocando el guion de una película de éxito y, casi seguro, malilla, pero de taquilla generosa. Bergman escribió los inicios de la relación amorosa entre sus padres para conocerse él mismo y como guion de una película que él no iba a dirigir, pero que se llevó la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1992 de la mano de Billie August. La obra acabó convirtiéndose en novela. Alterna las partes narradas con las dialogadas. El narrador aparece en la primera línea, “Elijo un día de invierno”, pero después se esconde en la narración; sabemos que está allí pero ni él nos molesta ni nosotros nos ocupamos de él. Y, de repente, coloca a sus personajes en un plató dialogando directamente ante el lector, exactamente como en un rodaje cinematográfico: ¡excelente! La observación y el autoanálisis son la base de esta novela, además de la documentación y de la habilidad para transformar la vida real en materia literaria; aquí es donde resulta útil recordar las palabras, antes citadas, del propio autor en el prólogo. Sí, son sus padres, sí es su familia, pero es una excelente novela. Te olvidas por completo del bueno de don Ingmar.

Y por no convertir esto en una separata del Fotogramas y el Hola, ni media palabra de la azarosa vida sentimental de este buen hombre. Solo diré que “sus“ actrices son grandes por derecho propio, no porque él las haya dirigido en el cine y las haya bendecido con su amor en la intimidad y en la prensa del corazón de la época.

Liv Ullmann 2014.jpg
Liv Ullmann, directora de cine, actriz y pareja de Bergman


Por si...


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