In illo tempore dijo Jesús a sus discípulos… Vaya, ya me
equivoqué de batallita. En aquel tiempo eran dos, entre otras, las actividades
que daban carta de modernidad y la introducían a una en la “crema de la
inteleztualidá”, como había anticipado el chotis. Una, correr delante de los
grises, otra, correr al cine de Arte y Ensayo, al bienamado Palladium.
El cine fue inaugurado el 28 de marzo de 1968. No consta que
los estudiantes que buscaban el mar bajo los adoquines de París en el mayo
francés hubieran esponjado sus mentes en el Palladium, pero nada es imposible
cuando se busca alcanzar el cielo.
El nombre del cine tiene sabor clásico, a Pallas Atenea,
hija de Zeus y diosa, entre otros negociados, de la justicia, la sabiduría, la
cultura y las artes. Sí, la titular del Partenón.
Y el porqué del cine y su actividad lo cuenta mucho mejor
que yo José Ignacio Gracia Noriega. Aquí queda para curiosos: https://www.lne.es/asturias/2008/12/08/palladium-pantalla-cambio/704672.html
El cine de arte y ensayo podía ser bueno, malo y regular,
como el cine sin etiquetas, pero si no se quería pasar por ignorante había que
tildar de obras maestras incluso a todos los bodrios que pasaran por allí. Pero
es justo decir que fue un gran cine y que permitió a la vieja Vetusta
despertarse de su eterna, heroica y antigua siesta.
Polanski, primer inquilino del Palladium, Buñuel, toda la nouvelle
vague, polacos, japoneses, griegos, brasileños, búlgaros, suecos…, la crème
de la crème se pavoneaba en la cartelera. No exagero nada. Algún
ejemplo: las Cabezas cortadas de Glauber Rocha y la preciosa Cuerno de
cabra de Metodi Andonov; Buñuel y El ángel exterminador o Belle de jour;
Costa Gavras y Z; Truffaut y Jules et Jim; y no me olvido de Dersu Uzala, que vino de la mano de Kurosawa. Creo que fue en el Palladium donde me reí a
rabiar con La kermesse heroica (qué golpe para mi entusiasmo cuando la puse en clase: "un rollo y en blanco y negro, profe") La lista podría ser enorme y enorme la
cantidad de películas que resistieron el paso del tiempo y escaparon de la
etiqueta de bodrios. Suéltame, Nostalgia, déjame seguir, no seas pesada.
En esa lista reinaba por derecho propio el sueco. Sí, era la
época de las suecas en las playas y en el cine español del momento, pero en el
Palladium el que se llevaba la palma era el sueco, Bergman, don Ingmar.
Guionista y director, era el gran escudriñador del alma
humana, siempre hurgando con lupa y bisturí.
Lo descubrí con Fresas salvajes y casi me duermo con El
huevo de la serpiente y El séptimo sello. Pero los encuadres, los primeros
planos y los silencios me gustaban mucho. Parece mentira la cantidad de cosas
que se pueden contar con los silencios.
Pero yo he venido aquí a hablar de un libro y ya se me está
yendo el santo al cielo. O no. El libro, Las mejores intenciones. El autor,
Bergman, don Ingmar. Primera edición en español, de 1992, solo un año después de
su publicación. Regalo de una amiga que se pasea por las librerías de viejo con
la misma soltura que por las de postín.
Hay un prefacio del autor en el que justifica tanto la
escritura como la edición del libro:
“Puesto que el cine y la imagen son mi forma especial de
expresarme, empecé a dibujar de un modo bastante vago un modelo de acción
basado en testimonios, documentos y, como ya he dicho, fotografías.”
“No pretendo afirmar que siempre he sido respetuoso con la
verdad en mi narración. He exagerado, añadido, quitado y cambiado el orden,
pero, como suele ocurrir en este tipo de juegos, el juego ha resultado
seguramente más claro que la realidad.”
“Este libro no se ha adaptado ni en una sola coma a la película.
Se ha mantenido como fue escrito: las palabras se yerguen incontestables y ojalá
vivan su propia vida, como una representación propia en la mente del lector”.
Acabáramos. Libro y película. Pero no como esos libros que
se producen retocando el guion de una película de éxito y, casi seguro,
malilla, pero de taquilla generosa. Bergman escribió los inicios de la relación
amorosa entre sus padres para conocerse él mismo y como guion de una película
que él no iba a dirigir, pero que se llevó la Palma de Oro del Festival de
Cannes de 1992 de la mano de Billie August. La obra acabó convirtiéndose en
novela. Alterna las partes narradas con las dialogadas. El narrador aparece en
la primera línea, “Elijo un día de invierno”, pero después se esconde en la
narración; sabemos que está allí pero ni él nos molesta ni nosotros nos ocupamos de él. Y, de repente, coloca a sus personajes en un plató dialogando directamente ante el lector,
exactamente como en un rodaje cinematográfico: ¡excelente! La observación y el autoanálisis
son la base de esta novela, además de la documentación y de la habilidad para
transformar la vida real en materia literaria; aquí es donde resulta útil recordar
las palabras, antes citadas, del propio autor en el prólogo. Sí, son sus
padres, sí es su familia, pero es una excelente novela. Te olvidas por completo
del bueno de don Ingmar.
Liv Ullmann, directora de cine, actriz y pareja de Bergman |
Por si...
No hay comentarios:
Publicar un comentario