Después de las seiscientas páginas de Americanah y de las quinientas, entre los dos, de El arte de volar y El ala rota, que me tuvieron zascandileando con intensidad de Nigeria a Estados Unidos y de Peñaflor a Francia, después del torrente de emociones provocadas por los tres libros, después de tanta intensidad y borrachera lectoras ¿qué voy a leer yo? Sé que me entendéis: se queda una enredada en el ánimo de los personajes a los que conoció y acompañó, cree ser su amiga y se resiste a abandonarlos. ¿Abandonarlos? No seas presuntuosa, no te necesitan para nada, eres tú la que quiere disfrutar de ellos un ratito más.
Pero el vicio solitario de la lectura tiene poca conciencia de la lealtad y en seguida se pone a buscar sustitutos. Claro que no es fácil. A ver este, que lleva esperando tanto tiempo, de qué irá, Sus ojos en mí, precioso título; a ver, a ver, qué es eso de que Gracián y Santa Teresa tuvieron un afaire; pero si son de diferente siglo. Y resulta ser otro Gracián, un tal Jerónimo, fraile descalzo y talentazo, además de guapo, que encandiló a la santa, quien, enamoradiza, puso sus ojos en él. No pinta mal, Fernando Delgado, pero no es eso lo que busco ahora. Lo voy a dejar en la estantería esperando mejores tiempos, otro par de años, por ejemplo, y me voy a dar una vuelta para despejarme.
Una vuelta que se precie casi siempre incluye entrar en una librería. (Recordaré el año de la crisis del papel higiénico por la imposibilidad de “dar una vuelta”, ay, señor) Y en esas vueltas, si dios no lo remedia, siempre “cae” algo. O dos.
Y aquí están, cual puerta de Alcalá, para que yo en vez de ver pasar el tiempo disfrute de él.
Theodor Kallifatides. Este va a ser griego pero el paisaje nevado de la portada no cuadra bien con la Grecia que imagino. Dale la vuelta, a ver de qué va. Y allí está la provocación: “Nadie debería escribir después de los setenta y cinco años”, le dice un amigo al autor. Pobre Theodor, para qué quieres amigos así.
Autor griego, emigrado a Suecia en los sesenta, en los tiempos en que la inestabilidad política del país llevaría al golpe de los coroneles. Cambió el griego por el sueco, se casó con una sueca (muérete de envida, Alfredolanda), tuvo hijos suecos a los que no quiso hablar en griego, escribió toda su obra en sueco, y, un día aciago, descubre que es incapaz de escribir, pero que no puede vivir sin escribir. Y es cuando el amigo intenta animarlo. Tenía pendiente un homenaje en la escuela de su pueblo, Molaoi, y vuelve a Grecia con su mujer. Los niños de la escuela interpretan a Esquilo. Las palabras de Esquilo. En griego.
Apenas ciento cuarenta páginas de sabiduría, indagación interior y emociones contenidas. Viaje exterior y viaje interior. Y claro que acaba bien y recupera su escritura, pero lo importante es el camino desandado para llegar a encontrar su sitio, la lengua, el griego. Este libro pasa directamente a colocarse entre mis pequeños tesoros.
Ya había pagado, pero un ojo quería como irse por su cuenta ; cuando intentaba sujetarlo me guio hasta Javier Reverte que acaba de presentar su viaje a Venecia, Trieste y Sicilia. La mano sigue al ojo y entre los dos llevan el libro a la caja registradora, qué se le va a hacer.
Corazón de Ulises fue el primer libro de Javier Reverte que cayó en mis manos y en ellas sigue, con otros que escribió después. Este, Suite italiana, dice ser un viaje literario con Thomas Mann, Joyce, Rilke y Lampedusa. Estoy en ello, me lancé de cabeza. No sé si me apetecerá escribir algo sobre él cuando lo termine. No importa, no hace falta; ya sé, pasadas unas docenas de páginas, que me va a gustar mucho, que voy a disfrutar de ese viaje. No es que haya olvidado a Antonio y a Petra, ni a Ifemelu y Obinze, es que puedo pensar en ellos con alegría y, al mismo tiempo, puedo hacer sitio a nuevos personajes reales o de ficción; para todos tengo sitio en mi corazón lector. Objetivo conseguido.
Otra vida por vivir
Theodor Kallifatides
Galaxia Gutenberg, 2019
Suite Italiana
Javier Reverte
Plaza Janés, 2020
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