Menudo verano me llevas, guapa. Empieza septiembre y no leíste nada serio y con enjundia desde hace tres meses. Detectives y más detectives. Y los libros serios y enjundiosos amontonados ahí, en un rincón. Algunos, Tren a Samarcanda, porque son largos, seiscientas páginas de nada. Otros, Byron in love, porque ahora mismo ¿a quien le apetece la vida novelesca de milord?, mejor otro día. Y mientras tanto a seguir los consejos de Pedro G. Cuartango que también lee policiacos y dice que Maj Sjöwall y Per Wahlöö son los padres del género desde los años 60. Así que me leí El hombre del balcón, que es la entrega número tres del detective Martin Beck. Yo en el altar de los nórdicos tengo a Henning Mankell y su criatura Wallander, pero puedo leer todavía uno o dos más de Martin Beck. También encontré en una columna de Cuartango a Ian Rankin, otro autor que no conocía, y, como me gustan los análisis que Cuartango hace de libros y cine (si yo fuera profesional de la crítica le llamaría “fino analista”, pero como solo soy seguidora de sus columnas digo que me gustan mucho) pues le hice caso y leí uno protagonizado por el detective John Rebus. También me leeré alguno más. Gracias, Pedro.
Y luego algunos intentos que recordar no quiero, que tampoco es cosa de hablar mal de nadie; al fin y al cabo, que a mí no me guste un libro no quiere decir nada. Y decidí volver a los detectives. Al comisario Dupin. A este me lo presentó mi hermana pequeña y me gusta:
“El queso era un alimento básico para Dupin. Si no había más remedio, podía privarse de muchas cosas, pero no del queso, que iba justo después del café en su ranking personal. A continuación, le seguían otras cosas imprescindibles, como la baguete y el vino. Y la buena charcutería. Y, por supuesto, los entrecots. Y las cigalas. De hecho, bien pensado, había tantas cosas que el concepto de imprescindible en sí resultaba absurdo.”
¿Cómo no simpatizar con él? Así que también anduve resolviendo crímenes con Dupin en Saint-Malo.
Es verdad que al principio del verano leí un par de libros que me gustaron mucho, pero eso ya fue en junio o julio. Y no es que los haya olvidado, es que no veo manera de hablar en serio de ellos y, para decir cuatro pavadas, mejor me abstengo. Pero un cierto come-come no me deja pasar de largo y me obliga, al menos, a citarlos.
El primero me había guiñado el ojo en la librería, pero estaba en época de dominar los impulsos y no lo compré, lo dejé para otro día. Y otro día lo que pasó fue que una amiga que, como las buenas amigas suelen, me conoce muy bien, apareció con él en préstamo, tienes que leer esto y luego lo hablamos. Otra cosa que las amigas lectoras saben muy bien es que hablar un libro remata el placer de la lectura. Así fue como llegué a Dos amigas (un recitativo) de la Premio Nobel Toni Morrison. Es una obra muy breve, poco más de cuarenta páginas, acompañadas por un epílogo extenso de Zadie Smith, unas noventa páginas en total. Aunque lo publicó en 1983 la traducción española es de 2023 y desconozco si es la primera vez que se publica en español. Dos niñas comparten habitación en un centro de acogida. Pasados los años se encuentran en diferentes circunstancias y recuerdan el tiempo del internado. Nada del otro jueves si no fuera porque una es negra y la otra blanca. Y porque algo hicieron en aquellos días en los que compartían la soledad y el rechazo que ahora no recuerdan o recuerdan de manera totalmente diferente. Y porque en ningún momento sabemos quién es quién. Claro que tienen nombre, y familia, y costumbres y viven en algún barrio y tendrán trabajos y se casarán, pero en ningún momento la lectora es capaz de saber quién es cada una. Ni los datos que aparecen en el texto ni nuestros prejuicios ayudan. Porque como dice Zadie Smith en su epílogo, la autora decidió de forma deliberada impedirnos la identificación de los dos personajes y enfrentarnos a nosotros mismos, porque “ser pobre, estar oprimido, ser inferior, estar explotado o ser arrinconado no es en esencia cosa de negros ni de blancos.” ¿A que hay que leerlo?
Auður Ava Ólafsdóttir, a ver cómo le dices a alguien que estás leyendo un libro de… Escritora islandesa, razón suficiente para leerla, porque ¿a cuántos escritores islandeses conoces? El título, La escritora. Y la información sobre la historia, interesante: mujer joven que deja su pueblo o como se llamen en Islandia, y se va a la capital porque siempre quiso ser escritora. Y en ese pueblo, como en casi todos los pueblos y ciudades, en Islandia y fuera de ella, una mujer joven, lectora empedernida y que quiere ser escritora es un bicho bastante raro porque en 1963, en la lectora Islandia, ser mujer tenía la misma inconsistencia que en el resto del mundo. La historia de Hekla es atractiva, contada con estilo seco, entrecortado, que nos muestra una sociedad menos alejada de la nuestra de lo que creemos. Merece la pena.
Y cuando ya agosto amenazaba con acabar con el verano, primero de agosto, primero de invierno, decían en mi pueblo, y estaba pensando en darle un tiento a Ripley, va y se me muere el mejor Ripley, Alain Delon. A-la-ín De-lón. El guapo por antonomasia. Mi primer amor cinematográfico de mi ya lejana adolescencia. Lo conocí en El tulipán negro, con la cara marcada por una estocada, ¿o eso era en Rocco y sus hermanos?, en el cine viejo de mi colegio de monjas. Sí, mis monjas ponían cine los sábados por la tarde, nada de en horario lectivo, y las películas eran buenas y recientes. Por causa de la película recorté una foto de una revista y la pegué en la portada de la libreta de ortografía, cosa que no le gustó nada a la hermana Dolores, la profe de Lengua. Gasté toda mi rebeldía en mantener la foto allí pegada todo el curso y ya no pude apuntarme a grandes causas. Y aprendí a defender que, aunque la belleza dicen que está en el interior, a mi A-la-ín De-lón me gustaba por su belleza exterior. Atrevida adolescencia.
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