Solo podía ser uno, al principio, el primero de El arte de
cocinar; después vendrían los Platos típicos de Asturias y luego “el azul”.
Pero hubo un antes. O dos.
El primer antes fue La cocina perfecta, de María
Luisa Rocamora, “el manual de cocina que resuelve todos sus problemas
culinarios”. La primera edición, de 1955, así que ya tiene un importante
sarampión de manchas amarillentas y perdió la sobrecubierta de colores en el
camino. Conserva un recordatorio de primera comunión de 1976, de los hijos de
Cesárea, y algún recorte de periódico, qué libro de cocina que se precie no
tiene alguno: el cultivo de las flores, medicina casera (recomienda aprender a
poner inyecciones subcutáneas, imprescindible para cualquier ama de su casa,
diría yo), hacer marcos para cuadros y la receta de un bizcocho de chocolate
para cumpleaños. Entre tanta ilustración necesaria para la buena marcha del
hogar, la fotografía del marqués de Villaverde y el camarada Girón inaugurando la
Residencia sanitaria de Granada. Cocina entre tradicional y elegante, francesa,
como debe ser, con índice por tiempos de cocción, para aprovechar el tiempo,
que ya empezaba a ser escaso, y recetas creativas, véase la tradicional y pueblerina
pata gochu convertida en “manos deliciosas”. Este fue un libro de largo
recorrido desde que lo estrenó un ama de casa primeriza y aficionada a la
cocina hasta que, casi dos décadas después, la encontramos “apuntada” a la
Asociación de amas de casa.
Y es entonces cuando aparece el segundo antes en
forma de La moderna economía, libro de cocina, de la mierense Carmina Fernándezde Rivera, Carmina, simplemente. Estamos ya ante un libro de enjundia. De
las doscientas páginas sin ilustraciones del anterior a las casi quinientas, en
mayor tamaño y con ilustraciones variadas, a saber: fotografía de la autora con
un grupo de alumnas de una de sus clases; dibujo del despiece de un una vaca
con indicación de las carnes“ de primera, de segunda y de tercera”; diez páginas con ilustraciones, diez, en azul Klein
y blanco y ¡quince! a todo color. Indica los tipos de cucharadas, colmadas,
llenas y rasas, nada de andar con la tontería de los gramos, y tiene como
unidad culinaria universal el pocillo. En su contra se puede decir que
no hay lista de ingredientes, la autora explica como cualquier abuela o madre
de la época: se pone un pocillo de agua en un cazo, se añaden dos pocillos de
azúcar…”; “en una fuente honda, una taza de manteca fresca, medio pocillo de
leche, tres yemas…” Si esta mujer levantara la cabeza y encontrara una receta
moderna con aquello de “ tres huevos talla L” la volvía a bajar,
abochornada. Ponches, requemados, café,
jarabe de anís para niños (sí, de anís), modelos de menús para almuerzos de
postín, aprovechar sobras, poner la mesa. Todo. Completo. Publicado por la
editorial La Nueva España, en Oviedo, en 1964 y distribuida por la librería
Cultura, la mítica y desaparecida Librería Cultura de Mieres. ¿Que si no tenía
recordatorios o recortes señalando páginas importantes? Por supuesto. Y estos
os van a gustar más que los anteriores. El consabido recorte de periódico con
receta de pastel de almendra y chocolate. Dos hojas perdidas de un libro de
crianza de bebés, en los sesenta todavía nacían niños en casa y la madre se
modernizaba y se preparaba científicamente para que se le criaran bien (no, no
está probada científicamente la zapatilla de madre como método educativo) Tres
boletines del dr. Alberto García-Argüelles Martínez con instrucciones para la alimentación
de los recién nacidos hasta cumplir su primer año de vida. ¿Que nunca oísteis hablar
de este señor? Imposible: Don Alberto, el único, el que entendía de verdad, el
que subió a ver a tíu Valerio y gracias a eso pudo salvar la vida a
Florento, güelu, que, casualmente, acababa de sufrir un derrame
cerebral. Resumiendo, Don Alberto, Dios. Una felicitación navideña, un billete de tren…
Costó, pero al fin llegamos a María Luisa García En las
cocinas asturianas, Maríaluisa, con confianza de vecina entrañable que te saca
de todos los apuros. Primero fue el libro granate, el uno, “El arte de cocinar
1ª parte” con veinticuatro hojas centrales de fotos a todo color en papel cuché,
prólogo de Juan Cueto Alas, treinta ediciones entre 1970 y 2010. Y, diez años más
tarde, el segundo, el azul, con prólogo de Juan Santana y carta de la autora en
la que asegura que su objetivo es que sus libros sean útiles para preparar el
menú diario. En casa se compraron cuando ya la cocinera no estaba y yo los
incorporé a mi vicio de cocinar tarde y en orden inverso. Los dedica a sus
alumnas y me gusta pensar que lo soy. Impecables en su edición, en la distribución
de las páginas, en la presentación de las recetas. Apéndices con todo tipo de
aclaraciones relacionadas con la cocina y la mesa. Casi mil recetas en el
primero y bastantes más en el segundo. Dos auténticas joyas. Y como no hay dos
sin tres, entre los dos libros anteriores publicó “Platos típicos de la cocina
asturiana”. Si queréis una fabada en condiciones, el arroz con leche en su
punto o unos frisuelos como dios manda, sin olvidar la merluza a la sidra, les
marañueles o el panchón, esta es vuestra biblia. Sin más comentarios.
De María Luisa ya se sabían muchas cosas en vida, porque su
fama traspasaba el Pajares y el Negrón y la sacaban en los papeles. Supimos de
su retirada y ahora, tras cien años de vida, sabemos de su despedida. Pero no
se va del todo, una parte importante de ella queda en sus enseñanzas y en sus
libros. Gracias, María Luisa y que la tierra te sea leve.
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