Y voy yo y me pongo digna y me digo a mí misma "mí misma, el mejor homenaje a un escritor es leer su obra, a ver si te pones." Y me puse. Había leído Misericordia hace varios lustros en un ejemplar polvoriento y mohoso rescatado de la biblioteca del colegio. En aquel colegio la biblioteca, magnífica y oscura, estaba cerrada con llave y las estanterías, con sus puertas de cristal, cerradas con llave. Una monja compasiva se apiadó de aquella pobre interna (un trimestre sin ir a casa) y la dejaba coger libros, Misericordia, por ejemplo.
Después hubo otras bibliotecas y otras ediciones, cuando tocó estudiar a Don Benito, pero ahora apetecía volver a encontrarse con la señá Benina y el pobre Almudena y ahí estaban, en mi ejemplar de mi propia estantería casera y con un trabajito de María Zambrano para que el homenaje fuera completo. Pero...
...un pedido en línea a mi librera de cabecera me hizo llegar el último de Elvira Lindo. Y cómo te vas a resistir al homenaje, íntimo y cariñoso, agradecido, de una hija a su padre. Así que lo cuelas y lo lees primero para descubrir que íntimo, cariñoso y agradecido, pero nada complaciente, que también a los padres les conocemos defectos y debilidades, y los queremos tal como, o a pesar de ¿quién somos para juzgarlos con más dureza que al resto del mundo?
Ahora sí, ya va, Galdós. Pero Gerda Taro, la protagonista de La chica de la leica llevaba unos meses en espera y exigió su turno. Es una novela, insiste la autora, muy documentada, sí, tanto que a veces no se distingue lo real de lo imaginado. Otra satisfacción lectora, aunque ciertos mitos, ya un poco ajados, desluzcan un poco más. La propia Gerda tiene luces y sombras, como debe ser, pero Robert Cappa baja peldaños escandalosamente.
Por fin. Ya toca. Pero están las amigas y llega la Vane recomendando a Carmen Mola, que no es tal Carmen Mola al parecer, sino un "conocido escritor", con su La novia gitana. Y hala, para celebrar la primera salida, visita a la librería y la novia gitana viene a casa para entretener con sus asesinatos y sus policías ¿cómo resistirse?
Está visto que no tengo fuerza de voluntad, ni carácter, ni personalidad, qué desastre. Porque detrás de una amiga siempre hay otra, que para celebrar la llegada del solsticio de verano, un decir, aparece con Toni Morrison. Y no es que ella sea premio Nobel y Galdós no lo hubiera conseguido en su momento, no; es, simplemente, que un bocado tan exquisito no se puede dejar para postre de nadie, hay que sucumbir a la gula sin excusas. Y se sucumbe, vive Dios.
Lo siento, don Benito, usted sabrá entenderme y disculparme. Después de cenar empiezo don Doña Toni y ya en julio, si eso, quedo con usted, con la señá Benina y con el pobrecito Almudena. Seguro que disfrutaremos mucho de nuestra mutua compañía, pero todavía no toca.
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