Querida Noemí:
Permíteme que me tome dos libertades. Una, que en virtud de mi edad provecta-cómo me gusta esta palabra- te tutee. Dos, que me dirija a ti con la familiaridad propia del parentesco, como si me hubiera salido una sobrina por vía de la literatura.
Aunque, a decir verdad, parentesco tenemos más allá del literario, parentesco del que surge de las formas de vida. Parentesco del trabajo de nuestros mayores. Parentesco de la mina. Resulta que ese manido tópico de “la gran familia minera” es verdad. Y las dos somos hijas del carbón.
El caso es que yo vengo aquí a hablar de tu libro. Lo primero que oí de él fueron alabanzas incondicionales, así que recelé, porque uno de los inconvenientes de la edad provecta es una tendencia automática a recelar de la edad joven; en cuanto lo piensas un poco ves que ni siquiera es un prejuicio, sino una forma especial de envidia, hasta Rubén Darío lo sabía. Pero ¡ay, el vicio!, me faltó tiempo para pasar por la librería.
La foto de la solapa no ayuda mucho, se te ve insultantemente joven, va a ser que sí es un prejuicio, y gordo. Pero la trayectoria te avala, y luego hay un mapa de las cuencas, y un dibujo de un castillete, y, milagros de la mercadotecnia, un autógrafo de la autora. Parece que el libro, como la vida, va en serio. El índice dibuja un mapa del itinerario de tu libro viaje, con la memoria como guía, me vas cayendo bien, Noemí. Y en esa página que aloja las citas que amparan cualquier libro que se precie has invitado a Miguel Hernández y a mi amada Ángela Figuera. Estás perdonada, empiezo a no ver tu edad y a olvidar la mía.
A partir de ahí, el libro, o el viaje, o el libro viaje, se hacen con un nudo en la garganta. Ese mismo nudo que se te instala, al lado de las anginas mismamente, en el momento en que eres consciente de que tu padre se va a trabajar a un agujero del que no sabes si volverá. Cuando el turno era de día la luz y la actividad distraían, pero si tocaba trabajar de tarde o de noche el nudo se hacía presente al atardecer y no desaparecía hasta que, leyendo a escondidas en la cama, oías pasar el autocar de los mineros. Apagar la luz y afinar el oído para ver si resonaban los pasos del paisano en la carretera. Qué bien sonaban aquellos pasos. Ya podías dormir. Tregua hasta el día siguiente. Añadiré que lo mismo que los hombres no lloran, no lloraban, tampoco besaban a sus hijos al ir a trabajar; la ternura, esa blandengue, estaba mal vista. El orgullo de la reciedumbre. Esa página 55 en la que empiezas la muerte y la mina se lee con aquel nudo en la garganta.
Monumento a los mineros de Orillés muertos en la mina, 2011 |
La mina era la vida y era para toda la vida. Nunca pensamos que fuera a tener un final, la tierra sería generosa y seguiría ofreciendo vetas y vetas. Pero el final llegó y fue, es, muy duro. Porque, como muy bien muestras en tu libro, la vida de las minas, llena de luces y sombras, condicionó de manera total la vida de las familias. Tu recorrido por las diferentes cuencas muestra que no se sabe, o no se quiere, encontrar una alternativa a la mina y que lo fácil es dejarlas morir. El nudo en la garganta deja paso a la indignación cuando la investigación y la documentación dirigen tu viaje a la historia del nacimiento de las minas, de su explotación, y de su abandono. Los recuerdos propios ayudan: se es de la mina y eso hace que no hagan falta explicaciones. Padres que entraban en la mina a los catorce años, madres que lavaban en el río o en el lavadero la ropa de la mina, la compra en el economato, aquel lejanísimo campamento para hijos de mineros, aquel entierro en Turón de cuatro mineros, cuatro (y eran once las víctimas), en tu lejana adolescencia, la huelga del 62, la papeleta del carbón, el olor a fuego caliente de la cocina de carbón, el olor a humo de las chimeneas, el olor a tren del Vasco, del carbón que quemaba su máquina, el olor a ropa tendida (206), la añoranza del ganado y de la tierra.
No lo leí de un tirón, no. En muchos momentos el nudo me ahogaba, en otros me ahogaba la indignación. Y el recelo inicial desapareció por completo. Excelente trabajo, sobrina-por-adopción-literaria-minera-o-lo-que-sea. Excelente investigación y excelente testimonio personal. Te voy a recomendar mucho y te voy a seguir leyendo.
Tu tía adoptiva.
Noemí Sabugal - Hijos del carbón. Alfaguara, 2020
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