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"Vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida"
Michel Houellebecq




domingo, 20 de febrero de 2022

Almácigas de palabras, almácigas de amigas


    Parece rara, pero es una buena palabra. Está en el diccionario de la Academia, el oficial, ese que se lleva tantos palos, el probe. “Lugar donde se siembran y crían los vegetales que luego han de trasplantarse”. Viene del árabe hispánico, que viene del árabe clásico. Depósito de agua, significaba. Es decir, recipiente, almacén, cavidad, semillero, venero, vivero. Y seguro que hay más, pero no es mi propósito andar a la caza del sinónimo. No sé si es una palabra moribunda, lo que no está es igualmente extendida por todo el territorio. En los que yo camino, de origen o de adopción, no vive esta palabra. “Voy a echar una era de cebollín”, decía mi güela. Una era, las palabras de la tierra, de la cultura rural. Y esa era no la confundíamos nunca con la de trillar, ni con la era terciaria. Güela preparaba un semillero pequeño en una orilla de la huerta con el cebollín, sin saber que, lejos, en el sur, otra güela preparaba una almáciga



    Y Almáciga, con mayúscula, es el precioso título del precioso libro que María Sánchez, poeta, publicó en 2020. Con subtítulo. Un vivero de palabras de nuestro medio rural. Precioso por fuera: tapa dura, en tela, papel que imita tela, en realidad, pero toca la fibra sentimental de la lectora que se emociona con el tacto de los libros. Ilustraciones, preciosas, de Cristina Jiménez. El título, troquelado en el cartón, invita a recorrerlo con los dedos y recuerda aquellos libros de lectura escolares que teníamos en las escuelas rurales (supongo que también en las urbanas, no me voy a poner exclusiva); Anaquel se llamaba uno, otra buena palabra. Precioso por dentro: desde el primer capítulo, en el que se realza la importancia del territorio que habitamos y que nos habita con el descubrimiento de que en lengua mapuche no hay palabra para muerte, se dice “volverse territorio”, hasta el índice final de palabras, índice convertido en vivero o almáciga.

    El libro fue regalo de una amiga, sin que sea necesario aclarar “de una buena amiga”. Porque en mi almáciga de amigas, (pues sí, me parece una palabra preciosa para nombrar a la peña) solo hay amigas clase A. Gracias, amiga. Y tranquila, que no voy a decir tu nombre, que te pondrías colorada.


María Sánchez. Almáciga. Un vivero de palabras de nuestro medio rural. Editorial Planeta, 2020

Blog de María Sánchez


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