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| Fragmento de la placa de la calle Lope de Vega, en Madrid (España). Autor foto completa original: Basilio, Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)  | 
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| FRA ANGELICO - La Anunciación (h. 1426) Museo del Prado, Madrid  | 
LOS PASTORES DE BELÉN
VIII
   La niña a quien dijo el ángel		
que estaba de gracia llena,		
cuando de ser de Dios madre		
le trujo tan altas nuevas,	 	
ya le mira en un pesebre		
llorando lágrimas tiernas,		
que obligándose a ser hombre		
también se obliga a sus penas.		
«¿Qué tenéis, dulce Jesús?	 	
-le dice la niña bella-,		
¿tan presto sentís, mis ojos,		
el dolor de mi pobreza?		
Yo no tengo otros palacios		
en que recibiros pueda,	 	
sino mis brazos y pechos		
que os regalan y sustentan.		
No puedo más, amor mío,		
porque si yo más pudiera		
vos sabéis que vuestros cielos	 	
envidiaran mi riqueza».		
El niño recién nacido		
no mueve la pura lengua,		
aunque es la sabiduría		
de su eterno Padre inmensa,	 	
mas revelándole el alma		
de la Virgen la respuesta,		
cubrió de sueño en sus brazos		
blandamente sus estrellas.		
Ella entonces, desatando		
la voz regalada y tierna,		
así tuvo a su armonía		
la de los cielos suspensa:		
   Pues andáis en las palmas,		
ángeles santos,	 	
que se duerme mi niño,		
tened los ramos.		
   Palmas de Belén		
que mueven airados		
los furiosos vientos	 	
que suenan tanto:		
no le hagáis ruido,		
corred más paso,		
que se duerme mi niño,		
tened los ramos
El niño divino,		
que está cansado		
de llorar en la tierra		
por su descanso,		
sosegar quiere un poco	 	
del tierno llanto.		
Que se duerme mi niño,		
tened los ramos.		
   Rigurosos yelos		
le están cercando;	 	
ya veis que no tengo		
con qué guardarlo.		
Ángeles divinos		
que vais volando,		
que se duerme mi niño,	 	
tened los ramos.
ROZALÉN - Tiempo de paz


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