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"Vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida"
Michel Houellebecq




lunes, 22 de septiembre de 2025

    GRACIAS, ANA FRANK

 Cuando aún no se había inventado la adolescencia, porque la adolescencia esta de la que hablamos todos los días es un invento reciente, mi yo adolescente  ignorante de serlo leyó El diario de Ana Frank. En mi pueblo de referencia de entonces, capital del concejo, todavía no había biblioteca pública y tampoco librería. Los periódicos llegaban en el tren y los dos repartidores que yo conocí recogían directamente del vagón sus paquetes y se iban a repartir a chigres y domicilios de aquel y otros pueblos, andando o en bicicleta. 

    Pero había un comercio que aunaba las funciones de mercería y papelería, además de tener un rincón con una silla, una mesa pequeña que albergaba un flexo y un vaso, en el que una mujer cogía puntos a las medias. A veces, en la "sección" de papelería había algún libro a la venta. Podía ser Fabiola, Oliver Twist, Heidi, Miguel Strogoff, o cualquiera de aquellos maravillosos ilustrados de Brugera. También había joyas como Cien mujeres españolas (no lo busquéis, es inencontrable), Trilby, o los amores de Abelardo y Eloísa. Y gracias a ese lugar mágico que juntaba calcetines con lapiceros y gomas de borrar Milan con hilo de repasar los calcetines cuando se agujereaban, una madre interesada en que sus retoños fueran de pueblo pero no ignorantes trajo un día El diario de Ana Frank.

    No hará falta decir que me deslumbró y me hizo llorar a partes iguales, ni que no me sorprendió la madurez del pensamiento de Ana ni su ingenuidad al imaginar otra vida, porque aquellos adolescentes ignorantes de serlo nos sentíamos así. Tan perdidos como los de ahora, pero en otro momento histórico que no nos ofrecía la posibilidad de la conciencia de nosotros mismos. Y ahí, en aquella tierra de nadie, descubrí el horror y la injusticia a través del diario de Ana. Y después de llorar su suerte, y de buscar y confrontar en otros libros y en alguna película, después de comprobar la veracidad de aquella historia, me hice antigenocida, sionista, activista contra el antisemitismo, divulgadora del holocausto y hasta me apetecía ir a trabajar a un kibutz. Y, sobre todo, quedé convencida de que la humanidad había aprendido y que aquello nunca se repetiría.

    Muchos años después, muchos horrores después que están en la mente de todos y que se sucedieron en todos los continentes, por lo que no voy a nombrar ninguno, no creo que quede mucho de aquella adolescente ingenua y horrorizada. O sí: queda el convencimiento de que no hay que callar ante el horror y la injusticia. No tenemos capacidad para grandes decisiones que paren el genocidio de Gaza, pero creo que podemos decir que lo condenamos y exigimos al resto de países que condenen al gobierno genocida de Israel. Podemos enviar ayuda a los palestinos, firmar peticiones y manifiestos, acudir a manifestaciones; todo es útil. Pero, sobre todo, podemos decir alto y claro que sí, que es un genocidio y que lo condenamos con todas nuestras fuerzas. 

Podemos elegir que las palabras no pierdan su sentido.







1 comentario:

  1. Loca por leer tus siguientes palabras, que sean más a menudo. Me encantó ,de acuerdo con cada idea

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