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"Vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida"
Michel Houellebecq




lunes, 28 de octubre de 2019

En ocasiones veo cuadros




O esculturas o móviles de Calder. A veces voy a un museo o a una exposición. A veces espero tanto para ir, porque hay tiempo, que clausuran la exposición y yo con estos pelos.
Y así,  casi en tiempo de descuento, me acerqué a ver la de Calder, Calder Stories, en el Centro Botín.
Con Calder pasa como con Miró. Siempre hay algún sobrao con hijo pequeño talentoso que ya en preescolar hacía lo mismito que el bueno de Miró y sin darse importancia, y encima Miró haciéndose de oro. Y ese Calder, tres cuartos de lo mismo. Cuatro alambres y unas chapas y, hala, a colgar móviles por ahí. Grandes, eso sí, que para avisar de la entrada de clientes en una farmacia van a ser un poco incómodos; mejor que los pongan en los museos. También existe la variante yo es que el arte moderno no. Y luego estamos los espíritus simples que, aun teniendo preferencias, nos vale con que una obra nos emocione, que mueva alguna fibra del corazoncito que nos lleva por la vida. Y eso pasa con la obra de Calder. 


No sé qué significan las piezas de color negro envolviendo la roja, ni por qué ahora hay una amarilla como un sol que se escapara de entre sus compañeras rojas, negras, blancas, pero sé que no puedo dejar de mirarlas, que los ojos se me cuelgan de su ligereza. No conocía las esculturas en bronce, no sé qué complejas razones artísticas ni creadoras hay detrás, pero los ojos se me pegaban a sus formas y a su equilibrio aparentemente inestable. Y las manos: no sé por qué no se puede tocar; hay que hacer un esfuerzo cívico para que las manos no sigan a los ojos y se posen con suavidad en el bronce. Y la luz. La luz que atraviesa de norte a sur el espacio y que te arrastra hasta la cristalera sobre la bahía; la luz que te permite ver de diferente modo cada obra según desde qué punto la mires.


Es una experiencia estética, claro, pero también una experiencia emotiva. No era un buen día. De camino, una noticia triste me había encogido el ánimo. Las esculturas no pueden cambiar la vida, no devuelven a nadie entre nosotros. Pero el arte, la belleza, consuela con su búsqueda de trascendencia. O con eso me quiero engañar para que la vida sea más llevadera.
Hasta el 3 de noviembre, en el Centro Botín. Merece la pena.

Y lo siento mucho, caballero, pero su talentoso niño no podría, ni siquiera con alicates de amazon o leroymerlin.





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