Santiago de Compostela, 1946
GUSTAV KLIMT - Árbol de la vida, 1909 Museo de Artes Aplicadas de Viena |
TRAZABILIDAD
Cada uno de estos versos se comenzó en Santiago
una tarde lluviosa de domingo de mil
novecientos cincuenta y tantos. Hay un niño
que ve pasar la vida,
ajena y gris, detrás de los cristales
empañados y siente
que está también lloviendo por dentro de él.
Y luego
los veranos luminosos de Cotobade,
con mañanas de caza por A Agüenxa
al lado del abuelo y el “León”
y aquellas aventuras inagotables, fueron
aportando detalles.
Poco después llegaron
los compañeros de la Facultad
–Carmenchu Saralegui, Javier Medrano, Pepe
Molíns, María José Alfaro, Maite Arana
y otros que no menciono únicamente
por razones de Métrica–, y los hayedos rojos
de Zuriza y Tacheras en octubre. Además,
cada uno de estos versos ha pasado
por la Llana del Bozo, el Petrechema, el Monte
Perdido, el Balaitus y el Bisaurín.
Mi mujer y mis hijos
están también en todos mis poemas
(algunos, en justicia,
debieran ir firmados en colaboración).
Otras cosas proceden
de los atardeceres de la vega
de Granada, de las nieves incandescentes
del Mulhacén, el Chullo y el Cerro de los Machos,
de mis alumnos de “Literatura
Española del Siglo XVIII”
y del inmenso azul de Carboneras.
Y
después de todo eso está el poeta
ya viejo –yo– que esta mañana, en Poyo,
recuerda y va esbozando, tachando, corrigiendo,
mintiendo un poco a veces
para que cada verso suyo diga
algo más verdadero que la simple verdad.
De Las cosas de la vida. Edit. Renacimiento
ALBERTO CORTEZ - La vida
No hay comentarios:
Publicar un comentario